Existe una buena cantidad de retratos del tucumano Juan Bautista Alberdi (1810-1884). Existen dibujos y existen fotografías, la mayoría de las cuales compilamos, en 2010, en nuestro libro “Los rostros de Alberdi”.
Tiene especial interés la primera de esas efigies. La dibujó el ingeniero Carlos Enrique Pellegrini, padre del futuro presidente de la República, quien a sus importantes aptitudes de técnico unía la condición de excelente retratista de los hombres y mujeres que integraban, por entonces, el grupo más expectable de Buenos Aires.
En agosto de 1832, ejecutó un retrato de Juan Bautista Alberdi, quien en ese momento tenía veintidós años. El historiador Juan Pablo Oliver ha descripto la efigie con cierto sarcasmo. “Peinado batido o ‘tupé’ a la moda de Julio, de grandes y oscuros ojos de pájaro que miran sin remontar en excesivo vuelo, nariz recta algo prominente, boca grande con labios plegados en fino rictus irónico, lo más característico de su persona”.
Pasaba a la vestimenta que Alberdi luce en el dibujo. “De talla corta, cenceño, viste con distinción frac negro de anchas solapas, cuello alzado sobre la barbilla, corbatín y chaleco de piqué blanco con dos brillantes en la pechera, todo a la última moda presentada en Buenos Aires por el sastre Mister Coyle, quien seguía la escuela de Brummelle”. El conjunto, piensa Oliver, “debía darle, en sus pininos de danzarín, el simpático aspecto de un pichón de tero o de urraca tucumana de salón”.
Al historiador Jorge Mayer le parece que la figura “transmite la alegría, la inteligencia alerta de los años juveniles”. Pero más bien se la nota seria y, mirándola con detención, irradia un aire preocupado.